24 MAYO – 28 JULIO 2018
La pintura de Antonio Asensio Gallardo se podría calificar como española porque algunos de sus elementos remiten a España, país con gran tradición de artistas que lo representan en clave de esperpento por ser ésta, quizás, la única manera de representarlo.
El artista construye su obra a base de iconos perfectamente reconocibles que se encuentran en el imaginario colectivo de los habitantes de esa entidad conocida como España y también en el de gran parte del extranjero, como bien se deja ver. Pero si su pintura es española no lo es en absoluto por vocación o deseo expreso sino por accidente. El hecho de que la apariencia de muchos de los signos externos de su obra se identifiquen como pertenecientes a un contexto geográfico o cultural determinado, no le restan ni un ápice de universalidad.
Se podría también decir que la pintura de Antonio es disparatada porque describe el disparate pero, fundamentalmente, es narrativa. Narrativa del sinsentido, de la ausencia absoluta de razón. Con un fuerte toque colorido, festivo y fragmentario, es puro estilo al servicio del esperpento, del disparate, al servicio, pues, de la realidad descarnada que representa.
Antonio nos habla, en realidad, del tejido del que está hecho el mundo, nos habla de situaciones y sentimientos y lo hace con humor, acidez, dulzura, compasión y toneladas de sentido crítico. Sentido crítico que, de manera absolutamente refrescante, huye de etiquetas y militancias lo que lo hace más efectivo todavía. Antonio enciende su linterna de pocero involuntario e ilumina las alcantarillas retransmitiéndonos fragmentos de las mugrientas paredes que enfoca.
Sus personajes, cotidianos y a veces conocidos son, en definitiva, arquetipos que van desde la miseria a la estupidez pasando por la indefensión o la soberbia. Son, más que nada, radiografías del alma humana. Hay abuelas, mendigos, folclóricas, patéticos personajes de telerrealidad pasados, como no, de moda y reptilianos del tipo “Tyrannosaurus rex” por ser, según nos cuenta, “reyes” y “tiranos”. También da vida a los objetos, pero todo es parte del mismo juego: hay paellas, guitarras, cuchillos, gafas de sol. Un bestiario al completo.
Llena de matices, mensajes explícitos e implícitos y, sobre todo, de riqueza cromática, la pintura de Antonio se nos hace imprescindible en un panorama cada vez más mediatizado por discursos fríos y forzados, falsamente intelectualizados o pretendidamente inscritos bajo el epígrafe vacío de la actualidad. Inaugurar nuestra galería con Antonio y con su “Bestiario nacional” no es casual, con él comenzamos una andadura que dice mucho de nuestra futura línea expositiva.