22 NOVIEMBRE 2018 – 2 FEBRERO 2019
La sola lectura del título de la exposición nos lleva a pensar inmediatamente en la agresión. Y en la protección como salvación. Javier Artica hace en su obra un repaso personal sobre determinados mecanismos de defensa aplicados al ser humano o a la Naturaleza mediante la inmediatez, la planificación meticulosa o el desarrollo de características adaptativas producto de la evolución.
En ambos casos, hay un estado permanente de defensa generado por el continuo combate contra la entropía. La supervivencia adquiere así una connotación de lucha, obviando la estabilidad como posibilitadora de lo perdurable.
Hay una constante alusión a reacciones frente a un ataque o peligro exterior, a cómo nos protegemos como un animal tras su caparazón: parapeto, barricada, trinchera, bote salvavidas. Más allá de la referencia a un conflicto concreto, el artista muestra fragmentos de defensas, plantea también la ocultación en aras de la agresión y la perspectiva del agresor, así como su necesidad de protección. A este respecto, pone de relieve determinados comportamientos: algunos se cubren el rostro en nombre de una ideología o religión. Otros, se ocultan tras unas gafas de sol.
En el ejemplo del maquillaje como defensa primitiva-instintiva de determinado personaje de la cultura pop, prevalece no su fama sino el alto nivel de agresión a que se está expuesto en ese medio, siendo así una herramienta al servicio del camuflaje, de la persuasión, justo al modo de las pinturas de guerra.
Y de otra parte, la Naturaleza, envuelta en un devenir de reacción contra sus propios ataques. Es por esto que Javier Artica recurre a las piedras, encarnando una agresión aleatoria al entorno en el caso de la montaña que acaba, paradójicamente, siendo límite, veda y protección para infinidad de especies, haciéndonos pensar en el azar como constructor de entornos. Son esas mismas piedras las que el humano usará luego para protegerse de algunas de las agresiones que le generan los sistemas creados por él mismo.
Como pintor practica una pincelada suave y extendida en el límite de lo borroso, desvaneciéndose en pos de un toque vibrante. Las caras se convierten en retratos anónimos de personas lejanas u olvidadas y lo inorgánico queda reflejado de un modo irreal. Pese a la aparente suavidad, la ejecución esconde un toque expresionista quizás más evidente en sus collages, donde da rienda suelta a un universo surreal lleno de crítica, humor y absurdidad muy en consonancia, ciertamente, con ese medio de expresión.
Como la mayoría de nuestros artistas, Javier Artica se expresa sobre el mundo que le rodea recurriendo a cuestiones universales, a realidades comunes. Es por ello que sus obras parecen llevarnos a lugares conocidos o, en todo caso, alguna vez imaginados.